Scherzo, Luis Suñén
La Coruña. Palacio de la Ópera. 19-II-2021. Javier Perianes, piano. Orquesta Sinfónica de Galicia. Directora: Anja Bihlmaier. Obras de Beethoven y Mozart.
LA CORUÑA / Enorme Perianes
Volvía por un día la OSG a su sede del Palacio de la Ópera y volvía Javier Perianes, esta vez sustituyendo a Steven Osborne, que no pudo viajar hasta La Coruña por las restricciones propias de la pandemia. Siempre ha sido Perianes un artista generoso, nada tiquismiquis a la hora de tocar en lugares pequeños o fuera de ese circuito internacional en el que ya se ha integrado por méritos propios. Tampoco parece dudar cuando se le propone una sustitución como esta, asumir una obra que ama y domina y tocarla con una orquesta y ante un público que le admira y junto a los cuales siempre ha manifestado encontrarse especialmente feliz.
Pues bien, con el Palacio reducido a un tercio de su aforo y en tarde de sustitución, el pianista onubense ha dictado una de las mejores lecciones que a este crítico, que lo ha seguido desde que empezara su carrera, le han sido dadas escucharle. Aún diría más, a una de las mejores interpretaciones del Concierto nº 4 de Beethoven que uno recuerde haber oído en vivo. Es una lástima que por las razones de tiempo y espacio de esta fugaz excursión de la OSG a su antigua sede no se haya podido grabar la sesión y quien lea esto pueda comprobar por sí mismo que el crítico no exagera. Para que, en todo caso, se hagan una idea del estado de forma de Perianes en Beethoven, aquí tienen un ejemplo bien reciente en la versión que él y la Orquesta Nacional de Lille dirigida por François-Xavier Roth hicieron hace bien poco del Concierto nº 1.
Pero estamos hablando del concierto del viernes. Y en él se mostró lo que hoy Perianes atesora: aplomo técnico y sonoro, inteligencia conceptual, virtuosismo y conciencia de estilo. Todo ello quedó de manifiesto a lo largo de una obra como el Cuarto beethoveniano que lo exige a cada paso y en el que el solista dejó fluir su discurso con esa suerte de audacia controlada que también le caracteriza. Así, por ejemplo, la cadenza del primer movimiento resultó alucinante en todo el sentido de la palabra porque procedía de una lectura en el límite, mucho más allá del sentido habitual de un fragmento así —y aún sabiendo como sabemos que Beethoven es Beethoven en cada célula de su música—, sumergiéndose en ese mundo que en el compositor afluiría algo más tarde. El Andante con moto fue de una hondura emocionante y el Rondó de una elegancia sin afectación alguna, ese peligro que puede aflorar cuando uno se siente tan a gusto. Semejante pianismo de primerísima clase culminaría con la Mazurca Op. 63 nº 3 de Chopin ofrecida como encore.
La alemana Anja Bihlmaier (Schwäbisch Gmünd, 1978) ha hecho poco a poco una carrera que culmina por el momento con su nombramiento como titular de la Orquesta de la Residencia de La Haya y como principal invitada en la Sinfónica de Lahti. Su presentación con la OSG ha sido un éxito. Acompañó muy bien a Perianes, sin quitarle el ojo de encima, con un cuidado máximo y al mismo tiempo con una idea muy clara de cómo quería que sonara la orquesta: una rotundidad no exenta de sutileza. Esa idea se trasladó a una Sinfonía “Júpiter” de Mozart, magníficamente trazada en líneas generales, con una idea muy cabal de la articulación, en el punto justo, para entendernos, entre la cierta adustez de algunas propuestas historicistas y el vuelo que se le pide donde conviene. Le favoreció también a su propuesta la idoneidad de un orgánico no muy numeroso debido a las limitaciones de espacio del Palacio de Ópera. Muy intenso el Allegro vivace, en el Andante cantabile hubo detalles de muy buena mano rectora, como el modo de destacar el pulso de contrabajos y violonchelos allá donde parecen un telón y son protagonistas. El Menuetto se benefició de una cierta y creo que voluntaria ambigüedad, de un deseo porque no pareciera todo demasiado tranquilo. Ello llevaría, como era de esperar, a un final muy tenso en el que la línea se emborronaría levemente en algún episodio en perjuicio de la limpieza y la claridad de planos. Quizá un punto de calma hubiera contribuido a que la conclusión con que se cerraba lo que, por lo demás, fue una estupenda versión de la Júpiter estuviera plenamente a la altura del resto. Una gratísima sorpresa.