Scherzo: Tomás Marco


MADRID / OCNE: Implicados y desimplicados

Los ‘modelos’ de hace más de medio siglo abominaban de Chaikovski por su acentuado romanticismo que puede llegar hasta lo morboso, pero como en sus defectos están precisamente sus virtudes, es precisamente esto lo que atrae de un compositor que es un genio indiscutible y un grandísimo orquestador, distinto de Rimski, pero no inferior a él. Buen modelo de su pensamiento es la magnífica Sinfonía nº 5 en Mi menor op. 64, una obra de repertorio estricto con la que se emocionan e implican legítimamente las audiencias. Anja Bihlmaier planteó una versión tan alineada con las actuales como personal, con perfecta planificación, buena técnica y, en general, excelente ajuste. Quiso desimplicarse de las pasiones románticas y el primer movimiento fue medido en efusión sin que ello perjudicara a la sonoridad, un romanticismo perfectamente liofilizado. En el segundo, con el magnífico solo de trompa de Salvador Navarro, sonó muy bonito descargado de su morbo introspectivo.

El vals fue elegante y flexible, escasamente pecaminoso, y en el sonoro final la intensidad emotiva del movimiento se cambió por una acusada velocidad que llevaba un mensaje trepidante. No pudo evitar que, como casi siempre, el público aplaudiera en el falso final antes de la coda. Casi nadie lo logra, hay que ser un maestro del gesto y la pausa como lo eran Karajan y pocos más para lograrlo. Pero Anja Bihlmaier demostró que es una excelente directora y que su carrera en auge puede llegar muy lejos. Y Chaikovski, se conciba como se conciba, llega directamente al público que estalló en griterío y ovaciones. Directora y orquesta se lo merecían por su buen trabajo. Pero quien lo conseguía era Chaikovski. Él si que estaba implicado.

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